Lo prometido es deuda, pero he cambiado de rumbo, así que la deuda se aplacara con la propia enredadera de ideas que la entrada anterior les haya hecho florecer.
Porque me he dejado estar y aborde otro texto que para mi es mucho mas, no interesante, pero si significativo.
Es mi novela preferida (hasta el momento), de pies flacos pero largos…en 143 paginas me revela, y eso, es suficiente.
(Las partes que recorté se deben a que ya las he utilizado para otras producciones)
“Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona.
(…) recuerdo tantas calamidades, tantos rostros cínicos y crueles, tantas malas acciones, que la memoria es para mi como la temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la vergüenza. ¡Cuantas veces he quedado aplastado durante horas, en un rincón oscuro del taller, después de leer una noticia en la sección policial! Pero la verdad es que no siempre lo más vergonzoso de la raza humana aparece allí; hasta cierto punto, los criminales son gente mas limpia, mas inofensiva; esta afirmación no la hago porque yo mismo haya matado a un ser humano: es una honesta y profunda convicción. ¿un individuo es pernicioso? , pues se lo liquida y se acabó. Eso es lo que yo llamo una buena acción. Piensen cuanto peor es para la sociedad que ese individuo siga destilando su veneno y que en vez de eliminarlo se quiera contrarrestar su acción recurriendo a anónimos, maledicencias y otras bajezas semejantes. En lo que a mí se refiere, debo confesar que ahora lamento no haber aprovechado mejor el tiempo de mi libertad, liquidando a seis o siete tipos que conozco.
Que el mundo es horrible es una verdad que no necesita demostración (…)
Como decía, me llamo Juan Pablo Castel. Podrán preguntarse que me mueve a escribir la historia de mi crimen, y sobre todo, a buscar un editor. Conozco bastante bien el alma humana como para prever que pensarán en la vanidad. Piensen lo que quieran: me importa un bledo; hace rato que me importa un bledo la opinión y la justicia de los hombres. Supongan pues que publico esta historia por vanidad. Al fin de cuento estoy hecho de carne, huesos, pelos y uñas como cualquier otro hombre y me parecería muy injusto que exigiesen de mi, justamente de mí, cualidades especiales: uno se cree a veces un superhombre, hasta que advierte que también es mezquino, sucio y pérfido. De la vanidad no digo nada: creo que nadie esta desprovisto de este notable motor del Progreso Humano. Me hacen reír esos señores que salen con la modestia de Einstein o gente por el estilo; respuesta: es fácil ser modesto cuando se es celebre, quiero decir, parecer modesto. Aun cuando se imagina que no existe en absoluto, se la descubre de pronto en su forma mas sutil: la vanidad de la modestia.
(…)Podría reservarme los motivos que me movieron a escribir estas páginas de confesión; pero como no tengo interés en pasar como excéntrico, diré la verdad, que de todos modos es bastante simple: pensé que podrían ser leídas por mucha gente, ya que ahora soy célebre, y aunque no me hago muchas ilusiones acerca de la humanidad en general y de los lectores de estas páginas en particular, me anima la débil esperanza de que alguna persona llegue a entenderme.
AUNQUE SEA UNA SOLA PERSONA.
¿por qué – se podría preguntar alguien – apenas una débil esperanza si el manuscrito ha de ser leído por tantas personas?. Éste es el género de preguntas que considero inútiles, y no obstante hay que preverlas, porque la gente hace constantemente preguntas inútiles. Puedo hablar hasta el cansancio y a gritos delante de una asamblea de cien mil rusos: nadie me entendería.
Existió una persona que podía entenderme. Pero fue, precisamente, la persona que maté.
Todos sabe que maté a María Iribarne Hunter.
Pero nadie sabe como la conocí, que relaciones hubo exactamente entre nosotros y como fui haciéndome la idea de matarla. Tratare de relatar todo imparcialmente, porque aunque sufrí mucho por su culpa, no tengo la necia pretensión de ser perfecto.
En el Salón de Primavera de 1946 presenté un cuadro llamado Maternidad. Era por el estilo de muchos otros anteriores: como dicen los críticos en su insoportable dialecto, era sólido, estaba bien arquitecturado. Tenia, en fin, los atributos que esos charlatanes encontraban siempre en mis telas, incluyendo “cierta cosa profundamente intelectual”. Pero arriba a la izquierda a través de una ventanita, se veía una escena pequeña y remota: una playa solitaria y una mujer que miraba al mar. Era una mujer que miraba como esperando algo, quizá algún llamado apagado y distante. La escena sugería, en mi opinión, una soledad ansiosa y absoluta.
Nadie se fijó en esta escena: pasaban la miraban por encima, como algo secundario, probablemente decorativo. Con excepción de una sola persona, nadie pareció comprender que esa escena constituía algo esencial. Fue el día de la inauguración. Una muchacha desconocida estuvo mucho tiempo delante de mi cuadro sin dar importancia, en apariencia, a la gran mujer en primer plano, la mujer que miraba jugar al niño. En cambio, miró fijamente la escena de la ventana y mientras lo hacía tuve la seguridad de que estaba aislada del mundo entero: novio ni oyó a la gente que pasaba o se detenía frente a mi tela.
La observe todo el tiempo con ansiedad. Después desapareció en la multitud, mientras yo vacilaba entre un miedo invencible y un angustioso deseo de llamarla. ¿Miedo a qué? Quizá, algo así como miedo de jugar todo el dinero de que se dispone en la vida a un solo numero. Sin embargo, cuando desapareció; me sentí irritado, infeliz, pensando que podría no verla más, perdida entre los millones de habitantes anónimos de Buenos Aires.
Esa noche volví a casa nerviosa, descontenta, triste.
Hasta que se clausuró el salón, fui todos los días y me colocaba lo suficientemente cerca para reconocer a las personas que se detenían frente a mi cuadro. Pero no volvió a aparecer.
Durante los meses que siguieron, solo pensé en ella, en la posibilidad de volver a verla. Y, en cierto modo, solo pinté para ella. Fue como si la pequeña escena de la ventana empezara a crecer y a invadir toda la tela, toda mi obra.
Una tarde por fin, la vi por la calle. Caminaba por la otra vereda, en forma resuelta como quién tiene que llegar a un lugar definido a una hora definida.
La reconocí inmediatamente, podría haberla reconocido en medio de una multitud. Sentí una indescriptible emoción. Pensé tanto en ella, durante esos meses, imaginé tantas cosas, que al verla no supe que hacer.
La verdad es que muchas veces había pensado y planeado minuciosamente mi actitud en caso de encontrarla. Creo haber dicho que soy muy tímido; por eso había pensado y repensado un probable encuentro y la forma de aprovecharlo. La dificultad mayor con la que siempre tropezaba en esos encuentros imaginarios era la forma de entrar en conversación (…)
Porque me he dejado estar y aborde otro texto que para mi es mucho mas, no interesante, pero si significativo.
Es mi novela preferida (hasta el momento), de pies flacos pero largos…en 143 paginas me revela, y eso, es suficiente.
(Las partes que recorté se deben a que ya las he utilizado para otras producciones)
“Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona.
(…) recuerdo tantas calamidades, tantos rostros cínicos y crueles, tantas malas acciones, que la memoria es para mi como la temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la vergüenza. ¡Cuantas veces he quedado aplastado durante horas, en un rincón oscuro del taller, después de leer una noticia en la sección policial! Pero la verdad es que no siempre lo más vergonzoso de la raza humana aparece allí; hasta cierto punto, los criminales son gente mas limpia, mas inofensiva; esta afirmación no la hago porque yo mismo haya matado a un ser humano: es una honesta y profunda convicción. ¿un individuo es pernicioso? , pues se lo liquida y se acabó. Eso es lo que yo llamo una buena acción. Piensen cuanto peor es para la sociedad que ese individuo siga destilando su veneno y que en vez de eliminarlo se quiera contrarrestar su acción recurriendo a anónimos, maledicencias y otras bajezas semejantes. En lo que a mí se refiere, debo confesar que ahora lamento no haber aprovechado mejor el tiempo de mi libertad, liquidando a seis o siete tipos que conozco.
Que el mundo es horrible es una verdad que no necesita demostración (…)
Como decía, me llamo Juan Pablo Castel. Podrán preguntarse que me mueve a escribir la historia de mi crimen, y sobre todo, a buscar un editor. Conozco bastante bien el alma humana como para prever que pensarán en la vanidad. Piensen lo que quieran: me importa un bledo; hace rato que me importa un bledo la opinión y la justicia de los hombres. Supongan pues que publico esta historia por vanidad. Al fin de cuento estoy hecho de carne, huesos, pelos y uñas como cualquier otro hombre y me parecería muy injusto que exigiesen de mi, justamente de mí, cualidades especiales: uno se cree a veces un superhombre, hasta que advierte que también es mezquino, sucio y pérfido. De la vanidad no digo nada: creo que nadie esta desprovisto de este notable motor del Progreso Humano. Me hacen reír esos señores que salen con la modestia de Einstein o gente por el estilo; respuesta: es fácil ser modesto cuando se es celebre, quiero decir, parecer modesto. Aun cuando se imagina que no existe en absoluto, se la descubre de pronto en su forma mas sutil: la vanidad de la modestia.
(…)Podría reservarme los motivos que me movieron a escribir estas páginas de confesión; pero como no tengo interés en pasar como excéntrico, diré la verdad, que de todos modos es bastante simple: pensé que podrían ser leídas por mucha gente, ya que ahora soy célebre, y aunque no me hago muchas ilusiones acerca de la humanidad en general y de los lectores de estas páginas en particular, me anima la débil esperanza de que alguna persona llegue a entenderme.
AUNQUE SEA UNA SOLA PERSONA.
¿por qué – se podría preguntar alguien – apenas una débil esperanza si el manuscrito ha de ser leído por tantas personas?. Éste es el género de preguntas que considero inútiles, y no obstante hay que preverlas, porque la gente hace constantemente preguntas inútiles. Puedo hablar hasta el cansancio y a gritos delante de una asamblea de cien mil rusos: nadie me entendería.
Existió una persona que podía entenderme. Pero fue, precisamente, la persona que maté.
Todos sabe que maté a María Iribarne Hunter.
Pero nadie sabe como la conocí, que relaciones hubo exactamente entre nosotros y como fui haciéndome la idea de matarla. Tratare de relatar todo imparcialmente, porque aunque sufrí mucho por su culpa, no tengo la necia pretensión de ser perfecto.
En el Salón de Primavera de 1946 presenté un cuadro llamado Maternidad. Era por el estilo de muchos otros anteriores: como dicen los críticos en su insoportable dialecto, era sólido, estaba bien arquitecturado. Tenia, en fin, los atributos que esos charlatanes encontraban siempre en mis telas, incluyendo “cierta cosa profundamente intelectual”. Pero arriba a la izquierda a través de una ventanita, se veía una escena pequeña y remota: una playa solitaria y una mujer que miraba al mar. Era una mujer que miraba como esperando algo, quizá algún llamado apagado y distante. La escena sugería, en mi opinión, una soledad ansiosa y absoluta.
Nadie se fijó en esta escena: pasaban la miraban por encima, como algo secundario, probablemente decorativo. Con excepción de una sola persona, nadie pareció comprender que esa escena constituía algo esencial. Fue el día de la inauguración. Una muchacha desconocida estuvo mucho tiempo delante de mi cuadro sin dar importancia, en apariencia, a la gran mujer en primer plano, la mujer que miraba jugar al niño. En cambio, miró fijamente la escena de la ventana y mientras lo hacía tuve la seguridad de que estaba aislada del mundo entero: novio ni oyó a la gente que pasaba o se detenía frente a mi tela.
La observe todo el tiempo con ansiedad. Después desapareció en la multitud, mientras yo vacilaba entre un miedo invencible y un angustioso deseo de llamarla. ¿Miedo a qué? Quizá, algo así como miedo de jugar todo el dinero de que se dispone en la vida a un solo numero. Sin embargo, cuando desapareció; me sentí irritado, infeliz, pensando que podría no verla más, perdida entre los millones de habitantes anónimos de Buenos Aires.
Esa noche volví a casa nerviosa, descontenta, triste.
Hasta que se clausuró el salón, fui todos los días y me colocaba lo suficientemente cerca para reconocer a las personas que se detenían frente a mi cuadro. Pero no volvió a aparecer.
Durante los meses que siguieron, solo pensé en ella, en la posibilidad de volver a verla. Y, en cierto modo, solo pinté para ella. Fue como si la pequeña escena de la ventana empezara a crecer y a invadir toda la tela, toda mi obra.
Una tarde por fin, la vi por la calle. Caminaba por la otra vereda, en forma resuelta como quién tiene que llegar a un lugar definido a una hora definida.
La reconocí inmediatamente, podría haberla reconocido en medio de una multitud. Sentí una indescriptible emoción. Pensé tanto en ella, durante esos meses, imaginé tantas cosas, que al verla no supe que hacer.
La verdad es que muchas veces había pensado y planeado minuciosamente mi actitud en caso de encontrarla. Creo haber dicho que soy muy tímido; por eso había pensado y repensado un probable encuentro y la forma de aprovecharlo. La dificultad mayor con la que siempre tropezaba en esos encuentros imaginarios era la forma de entrar en conversación (…)
me gusta imaginar mucho sobre esta primera parte.
de repente veo a una persona, ida, quizás, un poco... como en la espera de algo, donde parece haberlo todo. espera de "algo" y con eso alcanza para detonar lo especial que seria...vislumbrarlo desde lejos...ni siquiera tiene descripción, no tiene condiciones... solo debe llegar.
es como la mujer de la ventanita, como escena ínfima de la obra según el común de la gente.Lógicamente, si todos pudiese descubrirla...no estaría esperando nada. nadie la ve, pero esta y su presencia dice mucho mas de lo que se puede ver.
a veces siento cierto miedo...pasar por delante y no descubrir la medula de la obra, que no siempre es lo mas grandioso, lo mas impresionante...como en este caso, acaba por ser lo mas pequeño y escondido.
No hacia falta que lo entendiese todo el mundo. en eso no consistía el éxito de su arte. Pienso, quizás el debería sentirse frustrado por el hecho de pretender que solo una simple persona llegue a entenderlo, por otro lado... si todos lo entenderían, que lugar ocuparía esa persona especial que supo ver mas allá que los demás. Tendría sentido, mejor dicho... ¿tiene sentido que el publico tire rosas, sin que ninguna nos corresponda verdaderamente?.
Creo... que el éxito mayor, es el que llega tarde... perdón, corrigo mayor, por verdadero.
solo se detuvo en una muchacha, que según sus deducciones exactamente medidas era quien había visto un poco mas que el primer plano, quizás quien había acatado lo que el realmente intentaba decir, quizás la persona, esa única persona, que pudo ver en el, sin verlo. Pudo entender, sin escucharlo.Pudo querer...sin habérselo dicho nunca, y sin saberlo ella misma. Pienso eso porque es lo que a él le hizo sentir, y ese sentimiento no iba solo. La antenita se enciende, creo particularmente, cuando hay otra encendida...para hacer contacto,seamos conscientes o no.
pero es justamente esa única persona, a la que el mato.
y ya hablamos de esos tipos de muertes que van mas allá de la muerte misma aunque en el caso de Castel se trata de una muerte bien fría y sangrienta.
a veces las personas damos orden de muerte con la simple "nada". Y me hago cargo de este castigo...de todos modos creo que es algo muy ligado a lo personal, hay gente que nunca se daría cuenta del vacío que deja impotencia de no poder comunicar a pesar de que eso sea lo que se desee. el fracaso que a eso le corresponde, y el débil funcionamiento de nuestros soldados en defensa de los deseos y no de los fantasmas mentales. Aunque no a todo el mundo le suceda, yo... como Castel, sabemos bien de lo que hablamos.
1 comentario:
hace rato que no vengo por acá, che... me tengo que poner al día. Ahí empieza la lectura.
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